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Hay conversaciones que no se buscan: se esperan.
Durante años, la figura del maestro Santos Nalda se mantuvo en mi horizonte como una presencia serena,
un ejemplo de rigor y humildad.
Su nombre aparecía una y otra vez en los caminos de quienes habían pisado el tatami buscando algo más que técnica.
Quizá porque, en su enseñanza, el Aikido deja de ser defensa personal para convertirse en algo más sutil:
una forma de conocerse a uno mismo.
Cuando el destino quiso reunirnos, esta vez acompañado por sus hijos Pablo y Natalia,
supe que no sería una entrevista más, sino un encuentro.
Una conversación sobre la impecabilidad, sobre esa disciplina invisible que da forma al espíritu del guerrero.
El maestro habló con la misma naturalidad con la que otros respiran.
Dijo que “la verdadera práctica no busca vencer, sino comprender”.
Que el Aikido no se mide por la fuerza, sino por la quietud que deja.
Y que uno llega a ese lugar —ese centro inmóvil del movimiento—
solo cuando deja de resistirse a lo que es.
Pablo, su hijo, añadió que hoy el Dojo puede ser una empresa, una familia, una reunión de trabajo.
Que los principios del Aikido —presencia, escucha, equilibrio— son universales,
y que la práctica no termina al colgar el keikogi.
En sus palabras se intuía una enseñanza profunda:
el liderazgo interior no se impone, se contagia.
Natalia, con la claridad de quien ve desde otro ángulo, habló de la energía femenina en el camino marcial.
Recordó que muchas mujeres, al no apoyarse en la fuerza, desarrollan una técnica más fiel, más pura.
“Nosotras —dijo— no podemos vencer desde el músculo, solo desde el centro”.
Y ahí comprendí que la impecabilidad no es dureza, sino fidelidad a la esencia.
El maestro, al escucharla, sonrió con ternura.
Y por un instante, en esa sonrisa, se vio el reflejo de toda una vida dedicada al Budo,
a enseñar que el combate más difícil es el que uno libra con su propio ego.
Al final, quedamos en silencio.
No porque faltaran palabras, sino porque ya todo había sido dicho.
La familia Nalda encarna ese equilibrio que el Aikido persigue:
firmeza sin rigidez, suavidad sin debilidad, amor sin complacencia.
Recordé entonces cómo, años atrás, un pequeño libro de zen me puso en contacto con el maestro sin saberlo.
Más tarde, un sueño lúcido me mostró su rostro, y tiempo después, un amigo me enseñó uno de sus libros.
Al verlo, recordé el nombre que había olvidado.
Como si la vida, con sus giros sutiles, me estuviera diciendo:
“cuando el discípulo está dispuesto, el maestro aparece”.
🌿 La vía del guerrero impecable
La impecabilidad no consiste en hacerlo todo bien,
sino en hacerlo con presencia, con alma, sin huir de uno mismo.
Y eso, el Clan Nalda lo encarna con una naturalidad que solo concede el tiempo.
Su ejemplo nos recuerda que la vía del guerrero no pertenece a los tiempos antiguos,
ni a los Dojos ni a los templos.
Está en cada gesto cotidiano donde uno puede elegir entre reaccionar o responder,
entre imponerse o escuchar, entre distraerse o despertar.
🌿 ¿Qué es para ti la vía del guerrero impecable?
guerreromistico.substack.com
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